martes, 23 de marzo de 2010

El museo Bello, el país de las maravillas

Un lugar que hace referencia a su nombre, es el museo Bello. Ubicado en la 5 de mayo; fue fundado en 1944 por iniciativa de don José Luis Bello y González. Es claro que debe su nombre al fundador, sin embargo le sienta a la perfección. Adaptado en un edificio del siglo XIX, se pueden apreciar, a lo largo de 15 hermosas salas, magnificas piezas de arte.

Hoy les voy a contar de un lugar fantástico; les doy la bienvenida, este es el país de las maravillas. Un lugar extraño para muchos, donde todo parece fantasía. Mi pluma no podía detenerse, las palabras no dejaban de fluir; me sentía abrumada eran tantas las cosas que veía, que resultaban miles las ideas. ¿Por dónde empezar?, ¿qué describir? Era como si me colocara un caleidoscopio en los ojos, cada sala tenía sus formas y sus colores. Quería tocarlo todo, para comprobar que nada era producto de mi imaginación.

No quiero dejar de mencionar un poco al hombre al que debemos todo esto. La afición a coleccionar y los conocimientos sobre objetos de arte, incluyendo los cuadros de pintura fueron herencia que don José Mariano Bello y Acedo recibió de su señor padre Don José Luis Bello y González, de sus amigos coleccionistas como Don Luis Suárez Peredo y los Doctores Rafael Lucio y Alfredo Chavero de la Ciudad de México. Además de la muy respetable fortuna en bienes y dinero. La mayoría de su residencia la dedicó a la instalación de un museo, acondicionándola, decorándola y amueblándola con arte y lujo. Sin descendencia, fue su voluntad donar a su ciudad natal esa riqueza para beneficio del pueblo que al visitarlo, encontraría ilustración.
Me imaginé como debió ser la vida de Don José, intenté transportarme en el tiempo para vislumbrar la casa acondicionada como tal. Puedo decir que era un hombre muy culto, además de que tenía un gusto excelente; seguro era un amante de la lectura y del saber. Se enamoraba de cualquier cultura que conocía, prueba de ello es que en las diversas salas, encontramos objetos provenientes de distintos países. Como me hubiera gustado conocerlo, sentarme una tarde en el salón rojo, que antes era su despacho, para platicar con él, le habría preguntado tantas cosas. Estoy segura de que él me habría escuchado con toda la paciencia, porque sé el gran interés que tenía en que otros se acercaran al arte, al mundo del saber; porque sino nunca habría donado su casa para qué fuera museo.

Recorrí la casa un par de veces y la escalera logró cautivarme por completo, cada escalón era un paso a un nuevo mundo. Contemplé los vitrales, mis ojos se llenaron de lágrimas; me sentí en el cielo. Debo confesar que al ver la casa me transporte a París, por un momento me sentí en la Ópera de esa ciudad, el porque no lo puedo describir. Sin embargo, se me erizaba la piel; yo sé que los lugares que menciono son totalmente diferentes, sin embargo lo que provocaron en mí, es algo que perdurará para siempre. Lo llamé el país de las maravillas, y eso será siempre para mí. Un lugar donde vi cosas tan hermosas, que no podía afirmar que fueran verdaderas. El país que despertó cada uno de mis sentidos.

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