martes, 11 de mayo de 2010

Un tour por Europa al estilo Regnum Christi

Cuando decidí dar un año de mi vida como colaboradora del Regnum Christi, nunca imagine que a pesar de ser el año más difícil de mí vida iba a ser a su vez el más feliz.

El Movimiento Regnum Christi, de acción contemplativa y apostólica, busca extender el Reino de Dios mediante la vivencia de las virtudes católicas; de manera especial la caridad, virtud carisma de este movimiento. Los colaboradores/as con jóvenes miembros del Movimiento que deciden dar de 1 a 3 años de su vida a partir de que terminan bachillerato para trabajar por la Iglesia, con el Papa, a través del Movimiento en cualquier parte del mundo, defendiendo su fe y buscando ante todo instaurar una sociedad mas católica.

Mi experiencia comenzó el 12 de julio del 2008 con un cursillo de preparación en el hermoso pueblo de Cotija, en el estado de Michoacán, al lado de otras 80 jóvenes, de diferentes partes del mundo, que como yo estaban dispuestas a dejar atrás a su familia, novio, amigos/as, comodidades, etc. para así poder dedicar parte de su vida para servir a Dios y a los demás. Se realizan diferentes actividades durante el mes de preparación: deportes, clases, conferencias, oración, entre otras todas con la finalidad de prepararte para la misión que viene después. Al finalizar el cursillo te dicen tu destino, es decir, el lugar donde pasaras tu año; puede ser dentro del país así como en el extranjero.

Mi destino Woodlands Academy en Irlanda, una academia para niñas entre 12 y 15 años; mi misión, ser prefecta de disciplina. Al principio no lo podía creer, Irlanda parecía estar tan lejos; además significaba que debía hablar en ingles, sin mencionar la parte de la disciplina, yo cuidando a 80 niñas cuando a duras penas podía cuidarme a mi misma. Pero… no había vuelta atrás, estaba decidida y sabía que Dios me iba a dar las gracias necesarias; sabía que ya no era la misma, después del cursillo había algo diferente en mí.

En el momento en que puse un pie en Irlanda, me enamore por completo del país; el mar, el campo, las flores, los colores… te sientes dentro de una película de Hollywood. Con esto no quiero decir que todo sea perfecto, porque el clima no lo es y la gente es diferente; yo diría algo mas reservada, pero no por ello dejan de ser excelentes personas. La Academia es un internado claro, pero hay algo en ella que la hace especial; los jardines, la vista, las personas que allí trabajan hacen que te sientas como en casa.

Vivía con 12 consagradas, de las cuales solo 6 trabajaban conmigo, ya que el resto trabajaba con los irlandeses; vivir un año con ellas fue algo extraordinario. Te das cuenta de que son mujeres normales, con dificultades y tentaciones, la diferencia esta en que ellas confían plenamente en Dios y se abandonan en El; no se preocupan por cosas sin importancia, ya que saben que Dios siempre provee. A mí en particular siempre me ayudo el ver que hacían de cualquier acto una oración; no necesitaban ir a la capilla, sabían que Dios estaba ahí con ellas, Dios actuaba a través de ellas. Puedo decir que ellas eran mi motivación, ya que cuando algo me costaba mucho trabajo pensaba que yo solo lo haría por un año, mientras que ellas lo harían el resto de su vida; a todas, inclusive a las que no trabajan conmigo les agradezco de todo corazón el haber dicho que si a Dios y el haber formado parte de mi año y de mi vida. Además de las consagradas, tuve la gran fortuna de compartir mi año con otras 6colaboradoras, todas ellas mexicanas; más que ser mis compañeras de trabajo, son mis hermanas. Es increíble el conocer a jóvenes que comparten tus mismos ideales, que creen en lo mismo, que están dispuestas a luchar contra corriente con tal de defender su fe; cada una de ellas sabe lo mucho que las quiero y admiro, de todas aprendí algo que me ayuda a ser mejor persona. Nunca tuvimos una pelea, por el contrario siempre estábamos ahí para ayudarnos; nunca hubo críticas entre nosotras, solo nos fijábamos en lo bueno y excusábamos lo malo.

Fue un año donde me acerque más a Dios y lo hice el centro de mi vida; crecí como persona en todos los aspectos. Creo que ahora conozco y valoro mas las cosas, se apreciar desde la simpleza de una flor hasta la magnitud de una obra de arte; todo esto gracias a los paseos que teníamos cada fin de semana, que iban desde jardines o ruinas de castillos hasta museos y galerías de arte. Además de que tuve la oportunidad de viajar por diferentes partes de Europa como son: Roma, Florencia, Asís, Siena, Pisa, Orvieto, Bolsena, Paris, Madrid, Barcelona, Suiza; inclusive tuve la oportunidad de ir a Jerusalén junto con mis compañeras colaboradoras. Todos y cada uno de estos viajes marcaron mi año, no podría decir que lugar me gusto mas, ya que en cada uno ves algo que te fascina; además cada viaje tuvo un giro diferente, algunos eran mas culturales, otros mas deportivos y otros mas espirituales. También me considero una mejor persona ya que aprendí a pensar primero en los demás, viví cada segundo de mi año entregada a mis niñas, no digo que me era fácil levantarme todos los días a las 6:30 am o bien levantarme a media noche porque alguien se sentía mal, simplemente son esos pequeños actos los que me fortalecen y me hacen mas humilde; además ahí es donde me di cuenta de que sin Dios nada soy y nada puedo, El actúa a través de mi, yo solo soy el instrumento. En el aspecto espiritual también me considero una persona mas madura, ya que aprendí a platicar con Dios y a verlo no como a un Dios lejano sino como a un Dios amigo; confío plenamente en El y se que si algo pasa es porque va a ser lo mejor para mi.

En pocas palabras fue el mejor año de mi vida, aprendí que muchas veces el sufrimiento y el desprendimiento personal son lo que te lleva a la verdadera felicidad. No me considero una mejor persona, pero al menos se en lo que debo trabajar para serlo; me falta mucho camino por recorrer pero ya tuve la preparación y estoy consciente de que mi misión apenas comienza.

El hombre ideal

Viviendo en una fantasía, esperando ser rescatada por el príncipe azul, soñando con un amor color de rosa; ésta es la manera en que las mujeres vivimos o esperamos al amor. Pero que sucede cuando vives el amor y te decepcionan, ¿cambia tú concepto?, sinceramente no lo creo, muy en el fondo siempre está presente tu hombre ideal, tu amor de película.

Aquel hombre que según tú cambiará tu vida de color, aquél que al besarlo hará salir fuegos artificiales, aquél que revolverá tu estómago al verlo tan siquiera en foto, aquél cuya voz será como el sonido de las olas, aquél cuyo amor es como el viento siempre presente aunque no siempre a la vista.

Es el hombre que te llena, que te hace feliz; que te roba una sonrisa con un simple pensamiento, que te roba un pensamiento cada segundo del día, que te roba cada sueño sea despierta o sea dormida, que se mete en tu lenguaje al menos una vez al día, que se mete en tu interior para nunca más salir.

Aquel hombre que aunque existe solo en sueños, despierta sentimientos, pasiones y deseos. Es el hombre por el que despiertas, por el que te entregas, con el que te acuestas, sólo, única y exclusivamente porque lo amas. Es el hombre que hace prefecto, lo imperfecto; que convierte un día lluvioso en uno soleado, la tristeza la vuelve alegría, la soledad en compañía, el amor en la única razón para vivir.

Yo no se si exista, si algún día lo encuentre, pero si de algo estoy segura es que vale la pena tenerlo presente, porque así cada día tiene sentido y tienes un por qué para soñar; soñar para encontrárte

lunes, 10 de mayo de 2010

La magia de Cuetzalan une a las culturas

Un Mercedes- Benz seria el encargado de llevarme a mi destino, pero no precisamente un coche convertible de lujo, más bien un camión que reflejaba el paso de los años. Un calor insoportable me dio la bienvenida en el interior, y las miradas furtivas de todos los pasajeros se clavaron en mí. Me dirigí a mi asiento, marcado con el número 18, y al ocuparlo mi sentido del olfato percibió algo. Un olor repugnante, como el de los basureros municipales. Tuve que bucear a la profundidad de mi bolso, para sacar la muestra de perfume que llevaba conmigo, sólo así aliviaría las náuseas que aquel olor comenzaba a producir en mí.

Sintiendo ya el frescor del aire acondicionado, aunque de vez en cuando, y habiendo olvidado el percance olfativo, tomé mi ipod y me aislé de todo sonido externo. Cerré los ojos y me dispuse a sobrellevar el viaje, imaginando como sería aquel lugar del que todo mundo me habló, el pueblo mágico de Cuetzalan.

Abrí los ojos lentamente, cuando ya nos acercábamos al destino final. El calor era ya un bochorno, y las curvas pronunciadas de la carretera me hacían anhelar el momento de nuestro arribo. Al llegar a la estación de camiones, tuve que controlar mis ganas por besar el suelo. Tome mi maleta y salí a encontrarme con la magia del lugar.

Cuetzalan, un pueblo muy pintoresco, sus calles empedradas parecen desaparecer en la montaña. La vista nublada por la niebla, pero no por ello menos majestuosa, el cielo azul que se aprecia a través de una telaraña de cables. El sudor recorría mi frente, como las gotas de lluvia resbalan por los cristales, mientras esperaba al taxi que me llevaría a mi hotel, la casa de Piedra. Un lugar en perfecta comunión con su entorno, fachada blanca, techo inclinado cubierto de tejas. Una delicia visual, como un exquisito postre deleita tu paladar. Después de dejar mis cosas en la habitación, y de refrescarme un poco, pedí indicaciones para llegar a un buen lugar donde pudiera probar el sazón de la sierra.

Un restaurante de mariscos, a unas cuadras del hotel, resultó el lugar perfecto para beber una fría cerveza y degustar un rico coctel. Ya con el estómago satisfecho, y la sed aplacada, comencé a adentrarme en los callejones empedrados. Unas piedras resbalosas, como el agua con jabón, besaban la suela de mis zapatos, aunque éstos no trataran con igual delicadeza a mis pies. La temperatura seguía subiendo, mientras yo ascendía para llegar al corazón del lugar. Un recorrido rápido por la Iglesia de San Francisco, el Palacio Municipal y el zócalo. Una breve charla con un vendedor de artesanías y con el encargado de turismo, lograron que aprendiera más del pueblo y sus encantos.

A continuación, presento sus palabras: “La raza totonaca estuvo aquí en el año 200 a. C. poblaron esta parte y construyeron su ciudad, Yohualichan. Los nahuas llegaron y entablaron una guerra con los totonacos, abandonando éstos su ciudad. Por lo mismo Yohualichan, significa casa de la noche en náhuatl, ya que fueron éstos los que bautizaron la ciudad. Los totonacos llegaron al Tajín, y construyeron allí una ciudad; por lo mismo las características de ambas zonas arqueológicas son las mismas. Las piedras no están labradas, están rústicas, tal cual son encontradas. Tienen 365 nichos, uno por día. Todo esto es una prueba para afirmar que la danza de los voladores es originaria de Cuetzalan, no de Papantla.

El pueblo tiene 45 mil habitantes. Anteriormente, la principal actividad económica era la producción del café, ya que éste valía mucho. Pero después cayó el precio y llegó la nevada que perjudico al campesino, por lo que muchos cafetaleros, que antes exportaban, abandonaron su tierra en busca de oportunidades de trabajo. Los que se quedaron empezaron a cultivar otros productos maíz y frijol principalmente. Fue hasta después cuando los habitantes se dieron cuenta de la riqueza del lugar. Pocos poblados se benefician de la presencia de tantas grutas y cascadas, así que había que aprovechar los recursos naturales y el hecho de ser considerado un pueblo mágico.”

Una rápida parada en mi habitación, para cepillarme los dientes, ir al baño y refrescarme. 5 minutos acostada en la cama, debajo del ventilador, suficientes para retomar energías. Mi próxima parada, San Miguel Tzinacapan, pero antes a buscar el transporte que me llevaría al lugar. Creo que caminé gran parte de Cuetzalan antes de llegar a la estación de camionetas, siempre pidiendo indicaciones que no necesariamente coincidían. Cuando al fin pude abordar una, se me vino a la mente la imagen de los pollos rostizados, alineados uno tras otro si dejar espacio alguno y cocinándose por el calor.

Imaginaba como sería al llegar, Irán y un pequeño poblado en la sierra de Puebla, parecían estar en galaxias diferentes. Pero por otro lado, estaba mi preocupación, un movimiento en falso del chofer, y la barranca sería mi sepultura. El pueblo de San Miguel, está cobijado por la naturaleza, se pierde en el verde de las montañas. Al principio pensé que el viaje había sido en vano, nadie sabía nada de la visita del embajador. Decidí caminar, tal vez el destino pondría en mi camino a la persona indicada.

El sol no me dejaba ni por un instante, sentía como sus rayos penetraban cada uno de los poros de mi piel. Me era imposible levantar los pies, como si pesadas cadenas los anclaran al suelo. Desanimada, imaginé lo que sería el viaje de regreso con las manos vacías. Fue entonces, cuando vi a un joven y una muchacha portando el uniforme escolar. Una corazonada me animo a preguntarles, divagaron por un instante y después me comentaron que habían escuchado acerca de la exposición de Elvia.

El cartel que uno de mis maestros me había enviado, apareció ante mis ojos. Ahí estaba escrito ese nombre, Elvia Chaparro. Sí, les dije aliviada, a ella es a quien busco. El panorama se nubló cuando aseguraron no saber nada más, pero un rayo de luz apareció al mandarme detrás de la Iglesia, en búsqueda de Luis Miguel Mendoza. Grande fue mi sorpresa al descubrir que Luis Miguel tan solo contaba con 15 años de edad. Me recibió amablemente, y me platicó acerca del evento y su organización:

“Yo trabajo en coordinación con Elvia, pertenezco a una organización cultural que se creó hace dos años. Se llama “ojos de papel”, tenemos una galería muy sencilla, y cada año convocamos a la gente para que nos traiga sus fotografías. La creadora de este proyecto “culturas originarias” es Elvia Chaparro, lleva 7 años trabajando en esto. El objetivo es que dos culturas compartan todo lo que saben, su forma de vida, sus costumbres, etc. Hace dos meses trabajamos con los saharauis, ellos también fueron colonizados como nosotros, por lo que hablan español. Fueron corridos de su territorio hace aproximadamente 30 años, y tienen que vivir en el desierto. Es un poco difícil, por lo mismo, que se puedan conectar con frecuencia al internet, así que la comunicación es a través de cartas.”

Podía ahora emprender el camino de vuelta, entendiendo que ésos lugares podían ser económicamente pobres, pero culturalmente muy ricos. Luis Miguel me hizo sentir ignorante, con una ambición limitada. Me quedó el gusanito de la curiosidad, quería que llegara el día siguiente para comprobar con mis propios ojos, la visita del embajador iraní.

Un baño con agua fría, y un cambio de ropa, era el plan perfecto para disfrutar la vida nocturna del pueblo. Una distracción después de un largo día de trabajo e investigación. En mi salida nocturna caí en la cuenta de que no ve astro alguno que ilumine la noche, me llamó la atención pues amo contemplar el cielo estrellado. Sin embargo, en este pueblo no parece necesario este paisaje, es tanta la magia y el encanto que te pierdes contemplando las fachadas y tejados iluminados.

El cansancio volvía mis párpados pesados, se cerraban a pesar de mi gran esfuerzo por mantenerlos en su sitio. Era hora de dormir, así que caminé a mi hotel prestando especial atención a todo lo que veía a mi paso. Una pareja bailando en el kiosco, un señor disfrutando en la cantina, niños corriendo por las escaleras, un pequeño mercado de flores… Quería recordar por siempre esas imágenes, esperaba llevarme un poco del hechizo del lugar, soñar con la magia de Cuetzalan.

Un fuerte ruido me obligó a abrir los ojos la mañana siguiente, cuando presté atención a lo que escuchaba, caí en la cuenta, eran martillazos. Tomé mi reloj, eran las 9:30, después de un instante tomé mi ropa y me encaminé a la ducha. El agua fría logró despertarme y refrescarme. Cuando estuve lista, me dispuse a salir, mi estómago pedía a gritos algo de comer.

El salpicar del agua, el cacarear de las aves, le daban al restaurante una sensación de tranquilidad. Aunado a esto, a mi lado izquierdo un manjar de vegetación, plantas, arbustos, árboles, palmeras y flores. Una hamaca en la parte de atrás, era una invitación a pecar, quería recostarme en ella y pasar ahí el resto del día. Los reclamos de mi estómago me recordaron que había venido a desayunar, así que comencé por beber un café y degustar un pan de dulce. Después vendría el jugo de naranja y unos huevos con chorizo, acompañados por supuesto de frijoles, tortillas y salsa. Mi mamá siempre me ha dicho que a un hombre se le conquista por el estómago, hoy puedo decir que a una mujer también. Con la comida, Cuetzalan terminó de conquistarme, es más logró enamorarme.

Debía dirigirme ahora a Yohualichan, había un evento programado con el embajador de Irán. Daría inicio a la 1 de la tarde, un niño me encaminó a la estación de camionetas, tomé mi lugar en una de ellas y en un segundo estuvo repleta, parecíamos muéganos. De nueva cuenta el calor y los olores repugnantes. Me sentía en otro país, no entendía nada de lo que la gente decía. Me dio gusto que el dialecto náhuatl no hubiera desaparecido del todo.

Los varones y las mujeres vestían trajes típicos, predominaban en ellos el color blanco y los bordados. Algunos llevaban huaraches, otros caminaban descalzos. Su piel estaba curtida por el sol, sus manos ásperas por el trabajo, sus pies hinchados por el cansancio. Todos llevaban algo consigo, el mandado, unas flores, artesanías o canastos. Son gente amable y sonriente. Aquellos que son católicos, no tienen pena en demostrar su fe, al pasar por un altar religioso, de ésos que abundan en los pueblos, hacen la señal de la cruz.

El trayecto fue algo incómodo, pero la vista y la brisa lograron que fuera más fácil de soportar. El estado de Puebla, se hacía presente en cada poste de luz con los rostros de Zavala y Moreno Valle, candidatos a la gubernatura. Antenas de televisión por cable, adornaban los tejados, refrescos de cola y frituras de maíz preparadas se mezclaban con los productos locales. De un momento a otro, todo rastro de presencia humana desapareció, sólo quedaba lo creado por Dios.

Deseaba poder escribir todo lo que apuntaba en mi pizarra de la imaginación. Mi mente no había dejado de ejercitarse, mis 5 sentidos estaban a flor de piel. El dolor en la espalda, que hace meses había dejado de sentir, reapareció después del trayecto. Un mercedes- benz negro, me dio la bienvenida, su elegancia contrastaba con la miseria del lugar. Seguí, a marcha forzada, los pasos de un indígena que se dirigía al evento. El himno nacional me recibió, al igual que un entusiasmado Luis Miguel. La bandera de México, y la bandera de Irán, a cada lado del presídium.

El embajador Mohammad Hassan Ghadiri, hombre de experiencia. Cabello y barba de color gris. Guayabera de manga larga del color del cielo y pantalón azul marino. Alrededor de su cuello, collares de flores. A su lado derecho, estaba su esposa, ataviada con el típico traje iraní, los mismos collares la adornaban. He aquí el mensaje islámico:
“En el nombre de Dios, realmente estoy muy contento de estar con ustedes, en este pueblo indígena. Yo soy también de un pueblo iraní, cuando entramos en nuestro pueblo, dejamos nuestra ropa y nos vestimos de la manera tradicional, como ustedes ahora visten. Es muy bueno que un pueblo considere su cultura, su pasado y su civilización, eso es un gran valor. No sólo para ustedes, o para México, es también mundial, es un respeto a las culturas.

Me siento muy cerca de ustedes, la similitud es mucha. Miren los colores de nuestras banderas, verde, blanco y rojo. Además no saben el lugar que tienen Cristo y María en el Islam. El Corán, nuestro libro sagrado, contiene un capítulo que se llama María, otro que se llama la mesa habla de la última cena. Reconoce más milagros que la Biblia. Esto es un punto importante, que nos une. El Corán admira a Dios, el vestimento de la mujer, por ejemplo, es como el que usaba la Virgen.
Conocer las semejanzas, y respetar las diferencias, logra el acercamiento de las culturas. Los felicito por tantas bendiciones que han recibido, les agradezco el que sean conscientes del mundo y las personas que los rodean. Ojalá podamos entrar todos al paraíso que nos espera en la eternidad.”

Al ritmo del flautín y el tambor, una danza de color, la de los quetzales. A pesar de no asomarse el sol, sentía que me derretía. Siguió la muestra de tradiciones, yo contemplaba maravillada cada una de ellas. Era un deleite visual y auditivo. La sensación que provocó en mi, fue la de un ejército de hormigas caminando por mi sangre, las lágrimas querían escaparse de mis ojos. Amé mis raíces, entendí mi cultura, abracé mis orígenes.

Subí las escaleras que me llevarían a la improvisada galería de dibujo. La cantidad de gente dentro de ese pequeño cuarto era impresionante, al poner un pie dentro, me convertí en un manantial de sudor. Observé los dibujos inspirados en 3 frases del Corán: “Romper la rama de un árbol, es romper el ala de un ángel”, “el paraíso está debajo de los pies de una madre”, y “salvar a una persona, es salvar a toda la humanidad”.

Mientras recorría la exposición, se acercó a mí la señora Elvia Chaparro, me dio la bienvenida y me agradeció el estar ahí. Recordé su mensaje, el que acababa de pronunciar minutos antes: “suena a una locura que un señor embajador, sin conocernos, acepte venir a un lugar como éste. Suena una locura, que el señor Carlos Canales y su servidora, en una noche de estrellas pensemos ¿por qué no unimos a las culturas. Suena a una locura presentarse al colegio bachillerato y decir ¿por qué no soñamos con traer a las culturas. Suena a una locura que estemos de pronto, dos verdes, dos blancos y dos rojos unidos. Pero esto no representa más que cada uno podemos entrelazarnos y formar multiculturaridad, y que el país de Irán por lejano que este tiene muchas similitudes con el nuestro. Continuemos con las locuras, no las dejemos en una ilusión, hay que buscar que den frutos.”

Tuve que salir del cuarto, pues el bochorno era ya algo insoportable, sabía que de quedarme ahí, terminaría desvanecida en el suelo. Me refugié en la sombra y bebí un poco de agua para recuperar algo de la que había perdido. Me quedé ahí, escribiendo, recordando todo lo que había vivido. La gente de pueblo, en especial los jóvenes, no dejaban de mirarme. Las señoras mayores, se acercaban a ofrecerme artesanías. De la manera más amable, les hacía ver que no quería nada, pero reconocía y agradecía su trabajo. Mi piel pegajosa, exigía un baño, así que decidí que era momento de regresar. Enrique era el nombre del transporte que me llevaría de regreso. Respiré profundo, conté hasta 10, y decidí relajarme.

Llegué a Cuetzalan, caminé como sonámbula hasta mi hotel, abrí la puerta y me tiré en la cama. No podía moverme, logré conciliar el sueño. No pude dormir por mucho tiempo, ya que mi hambre pudo más que mi cansancio. No sabía donde comer, así que anduve divagando por las calles, cuando ya escuchaba el rugir de mi estómago me detuve en el primer lugar que encontré. Un pequeño café, desde mi mesa podía ver el mercado. No era algo muy agradable a la vista, cabezas de marranos, vísceras de pollo, frutas, verduras, un poco de todo. Eché un vistazo a la carta y terminé por ordenar una hamburguesa especial y unas papas a la francesa.

De pronto el clima dio un giro de 360 grados, la neblina se apoderó del lugar y la lluvia inició su descenso. Tuve que quitarme los zapatos para que éstos no se mojaran y yo no resbalara. Terminé empapada de pies a cabeza. De nuevo un baño y un cambio de ropa, lista para salir a presenciar a los voladores. Debo reconocer que la neblina me impedía ver más allá de mi nariz, por lo que no pude apreciar bien la danza. Caminé un poco por el lugar, hasta que decidí que era momento de descansar. Me puse la pijama, y en el instante en que mi cabeza acarició la almohada, mis ojos se cerraron y mis sueños comenzaron.

A la mañana siguiente algo me decía que no despertara, sabía que eran mis últimas horas en este pueblo. El cansancio de los días anteriores seguía presente, por lo que con trabajos fui capaz de saltar de la cama a las 10:40. Media hora más tarde ya estaba lista, así que empaqué mis cosas y me dispuse a dejar el cuarto. Quería encontrar transporte de regreso lo más antes posible, ya conocía el camino, y estaba consciente de que por lo menos tardaría unas 3 horas en llegar a Puebla. Estaba un poco preocupada, pensaba que el tiempo no sería suficiente. Veía mi libreta con anotaciones y contaba las hojas, creía que nunca iba a terminar de transcribirlo, por eso mi urgencia por volver.

No tenía mucha hambre, así que me limité a comprar comida para el camino. Cada paso que daba era una invitación para decir, tengo que regresar. Cuetzalan es uno de esos lugares al que se debe ir en más de una ocasión. Sabía que no había visto ni la décima parte de su encanto, me faltaron las grutas, las cascadas, la Iglesia de los Jarritos. El tener que escribir este reportaje, me limitó a conocer lo necesario del pueblo, lo que yo necesitaba ver. Pero por otro lado, logró que me enamorara del lugar, de su gente y de sus tradiciones. Dejó clavado en mí el deseo de regresar.
Cuando uno de mis maestros me comentó que niños nahuas tenían comunicación con niños saharauis, pensé que había enloquecido. Ni en mis sueños más locos me lo hubiera imaginado. Parecía algo imposible, una locura. Tuve que venir yo misma a comprobar que este lugar de la sierra tiene magia. Aquí los sueños se vuelven realidad, aquí solo los que han perdido la cabeza la pueden rescatar. Basta una persona para decir vamos a hacerlo, sí se puede. El único limitante que puede existir somos nosotros mismos.

Prueba de todo esto es el proyecto “culturas originarias”, donde lugares como Cuetzalan y el desierto del Sahara, se unen para compartir sus tradiciones, sus colores, sus sabores, su danza, su música. Le dicen al otro, mírame así soy yo, no por el hecho de estar tan lejos dejamos de tener cosas en común. Son situaciones así las que hacen que el mundo parezca tan pequeño. Nada es imposible, todo se puede lograr con un poco de magia, y si algo tiene este lugar es eso, magia.
Con estos pensamientos, emprendí el camino de vuelta a casa. Sabiendo que habría de recorrerlo nuevamente, esperando que fuera lo más pronto posible…